Rodrigo Molina Sociólogo, Área Datos y Estudios
Tal vez, al dejar a nuestros hijos sin la oportunidad de aprender el valor del trabajo doméstico, lo que hacemos es transmitirle un mensaje irreal

Vivimos momentos extraordinarios, querámoslo o no, todas las personas estamos siendo interpeladas a adaptarnos, de múltiples maneras, a un mundo que contiene un virus altamente contagioso y posiblemente letal. No obstante, hace ya un tiempo que la vida contemporánea nos está pidiendo diversos cambios. Un campo que se ha vuelto particularmente intenso en esta coyuntura, es el espacio doméstico. Quisiera llevarlos a pensar en el trabajo que en él se realiza y los posibles beneficios que se encuentran en esta actividad, particularmente, para los hombres, y muy en espacial los varones que son estudiantes.

Tanto la experiencia como la literatura académica muestran que hombres y mujeres tienen posiciones diferentes hacia el trabajo doméstico. Durante décadas las tareas del hogar han sido asignadas como campo de actividad preferente y único de la mujer, y como algo ajeno o distante del quehacer del hombre. Hoy, el trabajo doméstico puede constituir una fuente relevante de tensión, conflicto e incluso violencia en los hogares. La idea de que un hombre pueda vivir su vida sin tener una relación activa con el trabajo doméstico solo puede sustentarse en la en que alguna mujer u otra persona va a realizar esa actividad. Estas nociones son difícilmente sustentables en la sociedad actual, no solo porque la exclusividad masculina del trabajo remunerado ha sido superada por la historia, sino porque mujeres de todas las edades están o se preparan para el mercado de trabajo. Esto implica que hombres de todas las edades, han de repensar e intensificar su relación con el trabajo doméstico.          

¿Cuál será el punto de vista de jóvenes estudiantes sobre este tema? Conversando con hombres y mujeres de15 a 18 años, estudiantes de educación media de escuelas públicas y particulares subvencionadas, de diversas regiones del país y distintos niveles de compromiso y logro con sus estudios; se observó la siguiente asociación con bastante claridad: jóvenes que tenían una relación cercana y familiar con el trabajo doméstico, en general, tenían una mejor disposición hacia el estudio como responsabilidad. Esto se observó principal, pero no exclusivamente en mujeres. No obstante, lo llamativo fue cómo la experiencia del trabajo doméstico se transformaba en un recurso que permitía enfrentar con una predisposición activa y voluntariosa el trabajo escolar. Esta característica estaba ausente en muchos varones. La predisposición común entre los varones adolescentes en contexto escolar fue el ser parte  de una cadena de interacciones lúdicas con sus compañeros, lo que se constituye en oposición a las demandas educativas de la escuela. El joven varón se presenta como alguien que habita un mundo lúdico, de juegos constantes, sin mayores responsabilidades hacia otros ni hacia sí mismo. La actitud lúdica en sí no es problemática, sino su carácter evasivo hacia las demandas que le solicita el entorno. La socialización masculina tradicional acentúa el trabajo remunerado, pero no todas las otras formas de trabajo. Tal vez, al dejar a nuestros hijos sin la oportunidad de aprender el valor del trabajo doméstico, lo que hacemos es transmitirle un mensaje irreal, que el único tipo de trabajo que él va a tener que hacer en su vida será en el mercado laboral; y que mientras tanto, puede habitar un mundo de privilegio, donde no necesita participar en las actividades domésticas. Esta posición muchas veces dificulta, o al menos no aporta al trabajo escolar del joven varón.   

Estamos en cuarentena. Abrirnos a una noción más amplia del trabajo, a través de prácticas, ejemplos y  discursos, es importante para todos los hombres ¿Cómo participa tu entorno social y familiar para incluir a los  jóvenes en lo doméstico e incluirlos en el trabajo?   

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